sábado, 29 de diciembre de 2007

RICHARD AVEDON

El Genio de la Luz

Richard Avedon nació en 1923 en la ciudad de Nueva York. Avedon realizó sus estudios en la Universidad de Columbia, de la que salió para inscribirse en la Marina Mercante Americana. Estaría de los años 1942 al 1944.
Cuando salió de la Marina, se apuntó a las clases de Alexey Brodovitch, en el Laboratorio de Diseño de la New School for Social Research de Nueva York. Fue precisamente Brodovitch, editor de la revista Harper´s Bazaar, el que contrató a Avedon como fotógrafo. Durante años se encargó de retratar las colecciones parisinas y docenas de reportajes de moda.
Mientras tanto, la vida de este fotógrafo no se ceñía exclusivamente al mundo del glamour. En 1958 fue designado por el prestigioso magazine Popular Photography con el premio One of the World´s Ten Greatest Photographers.
Richard Avedon es, sin lugar a duda, el fotógrafo que mejor ha conseguido plasmar a la sociedad norteamericana desde todos los aspectos. Si bien comenzó a despuntar como fotógrafo de moda, hoy día, su obra cuelga por méritos propios en los mejores museos del mundo.
Avedon falleció en Texas el 1 de octubre de 2004 tras sufrir una hemorragia cerebral mientras realizaba un reportaje para el periódico The New Yorker.
AÑOS 60 Y 70


Durante los años sesenta y setenta, Avedon fue, sin duda alguna, el gran fotógrafo de la moda. En sus trabajos consiguió elevar la fotografía de moda al rango de lo artístico, al conseguir acabar con el mito de que los modelos debían proyectar indiferencia o sumisión. Por el contrario, en sus fotografías los modelos eran personajes libres y creativos en sus gestos dentro de escenarios dinámicos y bajo esquemas compositivos previamente decididos.
Este tipo de retratos, hacía afluir a la superficie la intimidad de los seres humanos. Esto consiguió llamar por primera vez, la atención del público y los artistas.
Sus fotografías de moda, le valieron una extensa publicidad. En efecto, Avedon rompía con la fotografía de estudio, llevando a sus modelos hacia las calles; la foto "Dovima con elefantes" es una de sus más célebres y marcó el comienzo de una nueva era en la puesta en escena fotográfica.La fotografía de moda de Avedon, que se fue reduciendo cada vez más con el paso de los años y que hacia 1970 se aproximaba a sus retratos fotográficos, se convirtió en una ineludible referencia para toda una generación de fotógrafos.

Los aspectos técnicos que caracterizan las fotografías de Richard Avedon podríamos clasificarlos atendiendo y analizando las reglas de la composición de la fotografía. Podemos observar que la mayoría de sus fotografías se caracterizan por la sencillez, sobre todo en los años 60 y 70, cuando Avedon las realizaba sobre fondo blanco o gris. El objetivo era resaltar la belleza del cuerpo humano retratado, sus formas, sus movimientos. Encontrar esa hermosura de un cuerpo en movimiento, expresar. Esto es lo que, en esta época, diferenció a Richard Avedon del resto de autores.




Por otro lado, si analizamos la regla de los dos tercios, observamos que la mayoría de las fotografías de Avedon están centradas, equilibrando la instantánea. Avedon no juega mucho con esta regla, ya que la mayoría de sus fotografías son sólo de una sóla persona. Pero puede observarse en muchas otras en la que se fotografían varias personas o, incluso, animales, como en la de los elefantes.

Si observamos el movimiento que realizan los cuerpos fotografiados de Avedon, vemos que a parte de un cuerpo en movimiento, son líneas en movimiento. Y todas estas líneas expresadas tienen un sentido, quizá una emoción o un sentimiento, quizá ellos mismos. Esta es la riqueza de las obras de Avedon; expresar significados a través de sus fotografías.


La regla de la figura y el fondo considero que es de un gran protagonismo, ya que la figura es sólo figura sobre un fondo neutro, inexpresivo, que se camufla con el fin de que los mismos protagonistas digan más, expresen más. Es un contraste hecho a propósito en el que todo el protagonismo se centraba en la figura con el objetivo de que sólo prestemos atención al tema principal sin distraernos con el resto. Con el paso de los años, Avedon, introducirá a sus modelos en otros escenarios. Será el progreso de su obra, aunque en estos años en los que nos centramos pocas veces introducía más elementos que el personaje fotografiado.
Resumiendo, podemos observar que las reglas que, sobre todo, caracterizan las fotografías de Richard Avedon son; la sencillez, la simplicidad de sus formas, las líneas de los cuerpos fotografiados, y el gran contraste entre la figura y el fondo.

En mi opinión, creo que Richard Avedon, fue un fotógrafo modelo a seguir, que intentó romper el esquema estancado en la época de modelos estáticas y rígidas. El objetivo era transmitir (cumpliendo las reglas de la fotografía como ya hemos visto) sensaciones, movimiento, transmitir vida.


Sus retratos, aparentemente sencillos pero profundamente psicológicos, de personalidades famosas y desconocidas posando frente a un inmaculado fondo blanco, muestran a un cuidadoso fotógrafo capaz de plasmar en papel fotográfico desde modelos hasta rasgos inesperados de los rostros de personajes de la envergadura de Truman Capote, Henry Miller, Humphrey Bogart o Marilyn Monroe, entre muchos otros. Su método era sencillo pero efectivo, la derrota anímica del contrario fotografiado a través de largas y cansadas sesiones de hasta cuatro horas. Así desnudo, el retratado e indefenso era capaz de mostrar su personalidad más sincera.








miércoles, 19 de diciembre de 2007

¿Piensan los jóvenes?

Autor: Jaime Nubiola
Profesor de Filosofía Universidad de Navarra
Fecha: 20 de noviembre de 2007
Publicado en: La Gaceta de los Negocios (Madrid)

La impresión prácticamente unánime de quienes convivimos a diario con jóvenes es que, en su mayor parte, han renunciado a pensar por su cuenta y riesgo. Por este motivo aspiro a que mis clases sean una invitación a pensar, aunque no siempre lo consiga. En este sentido, adopté hace algunos años como lema de mis cursos unas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo de sus Philosophical Investigations en las que afirmaba que "no querría con mi libro ahorrarles a otros el pensar, sino, si fuera posible, estimularles a tener pensamientos propios". Con toda seguridad este es el permanente ideal de todos los que nos dedicamos a la enseñanza, al menos en los niveles superiores. Sin embargo, la experiencia habitual nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desea tener pensamientos propios, porque están persuadidos de que eso genera problemas. "Quien piensa se raya" -dicen en su jerga-, o al menos corre el peligro de rayarse y, por consiguiente, de distanciarse de los demás. Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados. No merece la pena pensar -vienen a decir- si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día, divertirse lo que uno pueda y ya está. En consonancia con esta actitud, el estilo de vida juvenil es notoriamente superficial y efímero; es enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento -por ejemplo, sobre las graves injusticias que atraviesan nuestra cultura- exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir. No queda ya ni rastro de aquellos ingenuos ideales de la revolución sesentayochista de sus padres y de los mayores de cincuenta años. "Ni quiero una chaqueta para toda la vida -escribía una valiosa estudiante de Comunicación en su blog- ni quiero un mueble para toda la vida, ni nada para toda la vida. Ahora mismo decir toda la vida me parece decir demasiado. Si esto sólo me pasa a mí, el problema es mío. Pero si este es un sentimiento generalizado tenemos un nuevo problema en la sociedad que se refleja en cada una de nuestras acciones. No queremos compromiso con absolutamente nada. Consumimos relaciones de calada en calada, decimos "te quiero" demasiado rápido: la primera discusión y enseguida la relación ha terminado. Nos da miedo comprometernos, nos da miedo la responsabilidad de tener que cuidar a alguien de por vida, por no hablar de querer para toda la vida". El temor al compromiso de toda una generación que se refugia en la superficialidad, me parece algo tremendamente peligroso. No puede menos que venir a la memoria el lúcido análisis de Hannah Arendt sobre el mal. En una carta de marzo de 1952 a su maestro Karl Jaspers escribía que "el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos". Esto sucede -explicaba Arendt- cuando queda eliminada toda espontaneidad, cuando los individuos concretos y su capacidad creativa de pensar resultan superfluos. Superficialidad y superfluidad -añado yo- vienen a ser en última instancia lo mismo: quienes desean vivir sólo superficialmente acaban llevando una vida del todo superflua, una vida que está de más y que, por eso mismo, resulta a la larga nociva, insatisfactoria e inhumana.De hecho, puede decirse sin cargar para nada las tintas que la mayoría de los universitarios de hoy en día se consideran realmente superfluos tanto en el ámbito intelectual como en un nivel más personal. No piensan que su papel trascienda mucho más allá de lograr unos grados académicos para perpetuar quizás el estatus social de sus progenitores. No les interesa la política, ni leen los periódicos salvo las crónicas deportivas, los anuncios de espectáculos y algunos cotilleos. Pensar es peligroso, dicen, y se conforman con divertirse. Comprometerse es arriesgado y se conforman en lo afectivo con las relaciones líquidas de las que con tanto éxito ha escrito Zygmunt Bauman.Resulta muy peligroso -para cada uno y para la sociedad en general- que la gente joven en su conjunto haya renunciado puerilmente a pensar. El que toda una generación no tenga apenas interés alguno en las cuestiones centrales del bien común, de la justicia, de la paz social, es muy alarmante. No pensar es realmente peligroso, porque al final son las modas y las corrientes de opinión difundidas por los medios de comunicación las que acaban moldeando el estilo de vida de toda una generación hasta sus menores entresijos. Sabemos bien que si la libertad no se ejerce día a día, el camino del pensamiento acaba siendo invadido por la selva, la sinrazón de los poderosos y las tendencias dominantes en boga.Pero, ¿qué puede hacerse? Los profesores sabemos bien que no puede obligarse a nadie a pensar, que nada ni nadie puede sustituir esa íntima actividad del espíritu humano que tiene tanto de aventura personal. Lo que sí podemos hacer siempre es empeñarnos en dar ejemplo, en estimular a nuestros alumnos -como aspiraba Wittgenstein- a tener pensamientos propios. Podremos hacerlo a menudo a través de nuestra escucha paciente y, en algunos casos, invitándoles a escribir. No se trata de malgastar nuestra enseñanza lamentándonos de la situación de la juventud actual, sino que más bien hay que hacerse joven para llegar a comprenderles y poder establecer así un puente afectivo que les estimule a pensar.

¿PIENSAN LOS JÓVENES?