martes, 16 de octubre de 2007

Un día estupendo

Amanece un día estupendo, el sol se cuela en mi habitación a través de las rendijas de la ventana. Es una luz anaranjada, casi rojiza, que se funde con el color grisáceo, sucio y gastado de las persianas, reflejándose en el otro lado de la habitación y formando extrañas figuras sobre la pared. Casi puedo sentir un escalofrío resbalándose por mi espalda.

Hace un día hermoso, con viento. El aire agita los arboles de la calle, las hojas del suelo, mi pelo. Se funde con las nubes que, tímidas, asoman entre los edificios. Una anciana sujeta con fuerza el cuello de su chaqueta, quizá para que el viento no se la lleve, quizá para frenar el frío helador de la mañana. Aún así, si miro al cielo puedo ver el sol, con aquel color anaranjado y casi rojizo que se colaba por la mañana en mi habitación.

Hace un día alegre. Ahora, si alzo la vista mientras camino, puedo ver la gente agrupada en la puerta de mi facultad. Todos amontonados, como queriendo evitar el frío que se cuela hasta en el silencio. Un silencio que agita con fuerza los árboles del campus, las nubes del cielo, nuestras miradas.

Es magnífico como la arquitectura, el paisaje y la gente, forman en conjunto toda una belleza visual. Una belleza que me gustaría plasmar para mantenerla por siempre viva en el recuerdo. Para no olvidar jamás la maravilla que conforma la vida misma.

Ojalá pudiera plasmar cada mañana en este espacio, para que vierais como entra el sol por mis ventanas, para que sintierais cómo el viento se cuela en vuestros cabellos, para que pudieseis acostaros con la sensación de que la vida merece la pena.

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